05 Julio 2025
El economista y diputado nacional Ricardo López Murphy impulsa una nueva reforma monetaria que revive un viejo fantasma en la economía argentina: la quita de ceros a la moneda. A través de un proyecto de ley presentado en el Congreso, el legislador de Republicanos Unidos propone reemplazar el peso por una nueva unidad llamada Argentum, cuyo valor sería equivalente a $1.000 actuales.
La propuesta establece que el Argentum se dividirá en 100 centavos y que comenzaría a regir a partir del 1° de enero del próximo año. Desde ese momento, todos los saldos bancarios, pagos, contratos y sueldos pasarían a expresarse en la nueva moneda, sin alterar los términos de los acuerdos previos, siempre que estos estuvieran pautados originalmente en pesos.
El principal argumento detrás de la iniciativa es la necesidad de simplificar las transacciones cotidianas. Según López Murphy, el uso de cifras con muchos ceros no solo complica las operaciones financieras, sino que también genera inconvenientes técnicos en sistemas contables, administrativos y digitales.
Pero el cambio propuesto no es novedoso: forma parte de una larga saga de intentos por domesticar el caos inflacionario a fuerza de redefinir la moneda. Desde 1881, cuando se estableció el peso moneda nacional, la Argentina ha pasado por sucesivos procesos de reconversión. En 1970 llegó el peso ley, restando dos ceros; en 1983, el peso argentino eliminó cuatro; el Austral de 1985 sacó otros tres ceros, y finalmente, en 1991, se introdujo el actual peso con una quita adicional de cuatro ceros.
Cada transformación monetaria fue consecuencia directa del fracaso de políticas económicas que no lograron controlar la inflación. Y ahora, el Argentum podría convertirse en el nuevo capítulo de esa historia marcada por billetes que se devalúan, ceros que se esfuman y salarios que pierden valor.
Más allá del cambio de nombre o la estética numérica, el verdadero desafío continúa siendo el mismo: estabilizar la economía de fondo. Porque la experiencia demuestra que quitar ceros puede ordenar los papeles, pero no frena la inflación si no hay medidas estructurales que devuelvan la confianza en la moneda.
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