12 Junio 2025
En la madrugada del martes, un local de La Libertad Avanza en Quilmes fue blanco de actos vandálicos. Pintadas con frases como “Con Cristina, no”, “Corruptos” y “Estafadores” aparecieron en el frente del espacio perteneciente a la concejal Estefanía Albasetti, justo después de que la Corte Suprema confirmara la condena a Cristina Fernández de Kirchner. Un fallo que, por cierto, sigue siendo cuestionado por la fuerte sospecha de connivencia entre sectores del poder económico, político y judicial.
El hecho es, sin duda, condenable. Pero no puede analizarse aisladamente. Este tipo de manifestaciones violentas no surgen de la nada. Se gestan en un clima enrarecido, donde desde el propio gobierno de Javier Milei se impulsa una lógica de confrontación permanente. Se demoniza al adversario, se persigue al disidente y se naturaliza el odio como forma de hacer política. Cuando el poder siembra violencia simbólica día tras día, no puede fingir sorpresa cuando esa violencia se materializa en las calles.
No importa de qué espacio político se trate: nadie debería ser víctima de este tipo de ataques. Pero tampoco podemos seguir mirando hacia otro lado mientras, desde las más altas esferas del poder, se alienta la intolerancia y la descalificación. Este camino no solo daña el presente, sino que compromete el futuro de varias generaciones. Y más aún, porque esas generaciones ya están hipotecadas por las deudas asumidas irresponsablemente con el FMI.
Es urgente reflexionar y detener esta espiral. No se puede construir una democracia persiguiendo, proscribiendo ni anulando al otro. Porque, tarde o temprano —como advierte la sabiduría popular—, quien siembra odio, cosecha violencia. Y si no lo entendemos ahora, el costo será mucho más alto para todos.
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