Mientras el Gobierno nacional avanza en el desguace de ENARSA y profundiza su plan de privatizaciones, una parte de la sociedad —por desinformación, por desilusión o por simple repetición de discursos ajenos— continúa apoyando un modelo que ya fue probado y fracasó. No es teoría, es historia: en los años ’90, se privatizó casi todo el patrimonio público bajo promesas de eficiencia y modernización. ¿El resultado? Vaciamiento, fuga de capitales, abandono del Estado y servicios esenciales entregados a empresas que nunca priorizaron el bienestar colectivo.
Treinta años después, seguimos padeciendo las consecuencias. Las empresas eléctricas como Edesur y Edenor, que aún conservan su estatus de privadas gracias a contratos blindados y leoninos firmados en aquel entonces, continúan ofreciendo un servicio deficiente. Los cortes de luz, la baja tensión y los daños materiales que esto provoca son moneda corriente no solo en barrios populares como San Francisco Solano, sino también en zonas de alto poder adquisitivo de la Ciudad de Buenos Aires.
En cada electrodoméstico quemado, en cada noche sin luz, en cada anciano que sufre por la falta de ventilación o calefacción, hay una muestra del desprecio de estas empresas por el interés común. Pero también hay una señal de alerta: estamos repitiendo el mismo camino.
La privatización de los recursos estratégicos no tiene como objetivo mejorar la vida de la gente. Todo lo contrario: abre la puerta para que los sectores más concentrados del poder económico se apropien de lo que es de todos. El gas, el petróleo, la electricidad, el agua. Recursos que deberían estar al servicio del desarrollo nacional, y no del enriquecimiento de unos pocos.
Volver a entregar esas llaves es hipotecar el futuro. El Estado no es una carga; es una herramienta que, bien administrada, puede garantizar derechos. Pero sin empresas públicas fuertes, sin control popular, sin memoria, lo que nos espera no es eficiencia ni libertad: es saqueo.
La historia ya lo demostró. Negarse a verla es permitir que se repita.
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