29 Enero 2025
Un ciudadano latino que hizo campaña y votó por Donald Trump ahora enfrenta la peor de las ironías: su deportación y la de toda su familia. En un giro cruel del destino, el hombre, que creyó en las promesas del magnate y apoyó sus políticas, se encuentra ahora entre los miles de inmigrantes expulsados por las medidas de la misma administración que ayudó a elegir.
“Me equivoqué. Pensé que todo lo que decía era para mejorar el país, que no se aplicaría contra gente como yo. Pero ahora veo la realidad y temo por mi familia”, expresó con pesar.
Este caso no es único. A lo largo de la historia, innumerables sectores de la clase media y baja han apoyado a líderes con discursos donde prometen que van a estar mejor y siempre le echan la culpa de los males a los anteriores, pero una vez en el poder, terminan afectando a los mismos votantes que les dieron su respaldo. Se trata de un fenómeno repetitivo donde el engaño, la manipulación y la falsa promesa de prosperidad acaban por destruir las vidas de quienes creyeron en ellos.
Entonces, ¿cómo puede ser que alguien siga pensando que votar a los sádicos es beneficioso para la clase trabajadora? ¿Cómo es posible que se ignore el historial de políticas que castigan a los más vulnerables mientras favorecen a las élites económicas? La respuesta radica en la desinformación, el miedo y la retórica diseñada para dividir a la población.
Votar por verdugos nunca ha traído justicia ni equidad. No existe “perverso bueno” que, desde la opresión, genere bienestar para el pueblo. Cada elección es una oportunidad para aprender de los errores del pasado y evitar que la historia se repita.
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