30 Julio 2025
Lo dijo el embajador de Estados Unidos y lo saben hasta los que la niegan: había que sacarla del medio. La proscribieron, la persiguieron, la demonizaron. Pero no pudieron sacarla del corazón de millones. Y esa obstinación popular se escribe en las paredes.
En San José 1111, la calle donde vive Cristina Fernández de Kirchner, las pintadas políticas no descansan. Por más que el gobierno porteño mande a limpiar una y otra vez, los mensajes vuelven a aparecer. No importa la vigilancia, ni las cámaras, ni las patrullas ni el presupuesto: lo que la gente siente no se borra con pintura.
Las cuadrillas de limpieza trabajan como si se tratara de un punto neurálgico de seguridad nacional. Mientras tanto, en otros barrios, los vecinos conviven con el abandono: calles rotas, falta de luz, basura acumulada. Pero acá, en esta cuadra de Cnstitución, no se permite una consigna escrita ni por unas horas.
El problema es que lo que molesta no es la pintada: es el amor, la memoria, la resistencia. La obsesión por erradicar su figura choca contra algo más profundo, más terco, más vital. Y por eso los grafitis siguen apareciendo. Porque cuando un pueblo grita en las paredes lo que no lo dejan decir en las urnas, no hay brocha que lo tape.
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