19 Junio 2025

El poder necesita cuerpos obedientes y mentes adormecidas. Por eso no se construyen más escuelas ni universidades: porque la educación crítica es una amenaza para un modelo que se sostiene en la exclusión, el hambre y el desempleo. El Estado, que debería garantizar derechos, se convierte en una maquinaria de disciplinamiento. Y para eso, la mano de obra barata siempre está disponible: es la consecuencia lógica de políticas que empujan a millones a la desesperación.

El miedo se convierte en herramienta. Se criminaliza la protesta, se militariza el espacio público, se reprime a quien reclama. Mientras tanto, los grandes medios hacen su parte: construyen relatos que justifican la injusticia, banalizan el ajuste y demonizan al que lucha. Así florecen los discursos cliché: “Si no tenés nada que esconder, no tenés por qué tener miedo”, o el falso mérito de “no le des el pescado, enseñale a pescar” —aunque la caña, el río y hasta los peces tengan dueño.

Como en otras etapas oscuras de nuestra historia, se instala la sospecha: “algo habrán hecho”. Se enfrentan vecinos contra vecinos, pobres contra pobres, trabajadores contra trabajadores. Se cultiva el odio hacia el que reclama, hacia el que exige, hacia el que no se resigna. Se construye un país al servicio de unos pocos, mientras a las mayorías solo les queda deuda, frustración y silencio.

El verdadero enemigo no es el que alza la voz, sino el que se lleva todo sin dejar huellas. Los Caputo, los Sturzenegger, los Macri: los nombres cambian, pero el poder económico sigue fugando millones. Lo que se juega no es solamente el presente, sino el derecho mismo a tener futuro.

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